Al principio de las tiempos había algo de lo cual solo los Dioses Primarios conocen su naturaleza, pero fuera lo que fuera este misterio no debió de agradarlos lo suficiente pues fue destruido y con la materia restante configuraron un mundo. El mundo era triste y vacío, uniforme y sin variaciones por lo que con sus poderosas manos le dieron forma elevando montes, mesetas, sierras y montañas. De todas estas en un futuro destacaría la mayor meseta de todas, aquella que sería bautizada como Udonnum. Los Dioses cansados de la monotonía cromática de la tierra y la roca crearon océanos que hicieron desaparecer de la vista la mayor parte de lo que antaño configuraba el mundo, aunque los más altos lares permanecieron inmutables configurando islas y continentes. Los Dioses se vieron agradados por el color y decidieron crear más. Crearon plantas verdes, amarillas y rojas que brotarían de la tierra y gemas moradas, azules y blancas que aparecerían bajo ella. Crearon bosques multicolores y cuevas brillantes. El mundo era un lugar bello y sin corromper, pero ni siquiera esto fue capaz de contentar a los Dioses y estos viéndose incapaces de ser felices por mucha belleza que crearan decidieron crear seres inferiores capaces de hacerlo. Crearon animales extraños y maravillosos, crearon animales más mundanos que les sirvieran de alimento, crearon todo tipo de bestias y criaturas que poblaron mares, cielos y bosques. Envidiosos de la felicidad en la que todos ellos vivían los dioses crearon unos últimos seres con una constitución similar a la suya que les permitieran cuando lo desearan nacer en el mundo que habían creado como criaturas normales y así poder experimentar la felicidad máxima con su obra.
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