lunes, 5 de mayo de 2014

El rey de la bolsa, el ermitaño y el huevo de oro

En un reino perdido en el fondo de un sueño existía un joven conocido el Rey de la Bolsa, pues siempre llevaba a su espalda una bolsa que contenía cualquier objeto que pudiera necesitar. El joven rey no tenía ni siervos, ni reino, ni reina; solo un castillo solitario en lo alto de una montaña donde vivía solo. Esta es una de sus muchas historias.
El rey estaba paseando por sus tierras cuando llegó a una casita en medio del camino, nunca la había visto, así que llamó para conocer a aquél súbdito del que no tenía constancia. La puerta se abrió y un ermitaño de barba gris le saludó y le invitó a comer. El ermitaño le contó durante la velada la historia de su vida, tal vez la historia más triste del mundo. La historia de como abandonó todo buscando el Huevo de la Felicidad y como fracasó perdiendo todo aquello que amaba. Le contó que el huevo al ser esclafado sobre la cabeza de una persona materializaba su deseo más profundo y lo hacía realidad. El rey decidió en ese momento salir en la búsqueda de ese fabuloso objeto para conseguir bienes y felicidad para los habitantes de sus tierras.
El Rey de la Bolsa viajó durante 3 días y 3 noches hasta Donde Se Cruzan Los Caminos y desde allí siguió el oeste, pues por todos es sabido que allí dormía el sol y por lo tanto también descansaban allí los Tesoros Oníricos de Tiempos Pasados. Siguió viajando durante 5 días y 5 noches hasta que llegó al Templo de la Entropía, el hogar de la fastuosa reliquia que ansiaba conseguir. Pero las puertas de piedra estaban cerradas.
Por suerte nuestro valeroso héroe siempre llevaba en su fantástica bolsa unas cuantas píldoras de fuerza que le cambió a un mago por 3 dientes de mantícora, así que se tomó una y con un solo golpe de su ahora poderosísimo puño derribó las puertas y pudo acceder. Dentro de la estancia descansaba un dragón tricéfalo de las Montañas Quemadas, una bestia conocida por su furia y fiereza. Pero obviamente este no era el primer, ni el último dragón al que se enfrentaba por lo que no tembló. Ni siquiera cuando el dragón aspiró para preparar una bocanada del fuego más ardiente. Simplemente sacó de su bolsa la preciada Daga del Cazador y desapareció delante de las narices del dragón. Desapareció y reapareció justo detrás de la nuca de la cabeza central, a la que apuñaló antes de desaparecer otra vez. Entonces volvió a aparecer encima de la cabeza izquierda y le clavó la daga en el centro del cráneo. Y volvió a desaparecer, solo que esta vez no aparecía de nuevo.
Al cabo de un minuto o así la tercera cabeza cayó al suelo y de la boca del dragón salió el rey completamente recubierto de sangre y saliva reptiliana. El rey se limpió la cara con un pañuelo y continuó hasta la cámara del tesoro, dispuesto a cobrar su recompensa.
Al llegar encontró el huevo sobre un pedestal tallado en cristal opalescente y en él, escrito con letras de oro y plata un mensaje que decía lo siguiente:
Enhorabuena, aventurero. Triunfaste donde muchos fracasaron y tu premio te aguarda, más debes saber que no puede salir de esta sala en tus manos pues todo lo que desees al romperlo mutará en las más terribles pesadillas del más perturbado de los hombres. Disfruta del deseo.
El Rey de la Bolsa agarró el huevo con las 2 manos, las alzó y su pensamiento fue traer algo de felicidad a su reino. Y lo esclafó. Y el huevo ya no estaba.
Nadie supo que pasó con el huevo ni que cambió en el reino. El rey siempre contaba que nunca se volvió a ver al ermitaño que conoció en el camino, pero que él tenía la sospecha de que el Huevo de la Felicidad apareció en sus manos y por fin pudo volver su verdadero hogar y recuperar lo que había perdido en la búsqueda. Supongo que nunca se sabrá la verdadera respuesta.
Y colorín colorado. ¡Este cuento se ha acabado!

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